Los cumpleaños son esas fechas
en las que nos traen un pastel y al ritmo de un efusivo "Japi berdei"
(¿Sí o no que mi inglés británico es lo máximo?) nos dejan como tontos mientras nos aplauden. Ahí es cuando tú dices -¿Y ahora qué hago?-
mientras tratas de no perder toda tu dignidad mientras aplaudes con una sonrisa
hipócrita en tu cara.
Entonces llega el momento que
todos esperan, soplas las velas y alguien dice -¡Qué muerda la torta!- es
entonces que sabes que pase lo que pase, digas lo que diga, tu cara terminará
clavada en un pedazo de cake y tendrás crema chantilly en todas las fosas
nasales. Tan solo cierras los ojos y cuando menos lo esperas ya ha pasado, ya
has quedado totalmente ridiculizado, algo común en los cumpleaños.
Después de media hora
sacándote toda la suciedad en la cara terminarás de un lado a otro ya que no
podrás ni descansar ni hablar con una sola persona, eres el anfitrión.
En general, los cumpleaños son
sin duda un día demasiado especial en la vida de cada persona, recordamos que
llegamos al mundo y de entrada nos golpearon, en realidad parece un
recordatorio un poco masoquista, en fin, a veces las cosas que se realizan con
mucha anticipación suelen salir mal, como el año pasado en mi fiesta de
cumpleaños. Aún así las cosas que son hechas de forma menos elaborada nos
pueden resultar mucho mejor ya que no nos creamos expectativas. Por ello le quiero
invitar, a todo al que le haya llegado el mail, a la celebración de mi onomástico número 22,
espero contar con tu presencia, y sino pues tú no cuentes con la mía
(wuajajaja), ¡mentira! Si no, espero que por lo menos respondas el mail y me lo
hagas saber con anticipación.
Gracias por leer y ¡Qué viva el santo! ¡Ah no! ¡Esperen ese soy yo! jeje.